Garabato es un pueblo a las
afueras de no se sabe dónde. Y no es una forma de expresar lo lejos o cerca que
se encuentra de alguna parte, sino que lo esencial de esta pequeña aldea reside
en que es la casualidad del errante la que lleva a sus lindes.
Todo vecino tiene a su anterior,
reconoce la buena vida de la que disfruta y nada le atrae de lo que más allá de
las montañas pueda estar sucediendo con su gente o su ciudad, recuerdos en
definitiva, que dejó aquel día en que, bien una tormenta, un plano al revés o
una necesidad de horizontes y buenas piernas le llevaron hasta donde sin
ninguna resistencia decidió aceptar un techo simple, un rancho de legumbres y
un modesto terreno donde cultivar su trueque. Decía que todo vecino tiene su
«anterior» porque cuando el forastero termina de asombrarse de su extravío, aquel
que le hubiera precedido le debe acoger, orientar e instruir sobre la nueva
vida que le espera entre las cuatro calles, doble de casas, triple de pajares y
cuádruple de huertas que forman Garabato. El anterior confiesa su historia: de
dónde venía, cómo llegó hasta allí, lo que dejó atrás, sus amores, su rutina y
su esperanza, pero nunca debe revelar quién es su anterior ni tampoco permitir
que se pregunte a otros sobre sus respectivos. Cuando la extrañeza se aplaca en
el recién llegado, no dura más de dos noches, en la mañana de la tercera, antes
de iniciar su nueva encomienda, con la cordialidad como desayuno, se plantea la
pregunta que todos se formulan pero que del mismo modo desechan, y es cuando asume que
entre esas gentes y el empedrado que separa el adobe, es el calor de una madre
primorosa, el que el sol de Garabato emite, el que otorga una sensación de paz
inconmensurable que cualquier recuerdo anterior, cualquier compromiso con el
pasado, se diluye como un terrón de arena en la corriente. Si para el cuarto
día el forastero no ha visitado el camposanto, su anterior le lleva hasta el
umbral. En el recorrido descubrirá a quienes como él llegaron un buen día a la
aldea, pero en las lápidas no encontrará inscrito nombre alguno, tan solo figurará
la fecha de su llegada, porque la finalidad del cementerio no es recordar el
trayecto de una existencia sino el día en que la tranquilidad comenzó a morar
en las almas de quienes yacen en tumbas donde las flores crecen sin ser
regadas.
Los días pasan. Fueron futuro y
aquietados los esperábamos; preocupados por un porvenir incierto, sujetos a una
tranquilidad que creíamos la nuestra, la merecida, la deseada, la ideal. Mira
la tierra de tus pies, es firme, no necesitas más. Garabato existe, quédate con
lo simple, no sabes hasta que punto puedes soportarlo, solo hace falta respirar
y reconocer que el engaño está en nuestra ansiedad, no en lo que sucede.
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