miércoles, 15 de agosto de 2012

Más metralla que esqueleto


Ciertas preguntas se responden solas cuando vives la situación desde dentro. Siempre me pregunté por qué cambiaron la disposición de los asientos, que ahora se ubicaban como nudillos que encajan enfrentados, pero hasta que no ocupé uno de ellos, y la luz de la cabina tiñó de rojo nuestra espera, no supe la razón. Faltaban cinco minutos para el salto y por muy bregados que estuvieran los más veteranos, la quietud en un espacio reducido, compartido en silencio con quienes nos estrenábamos en tierra hostil, contagiaba un nerviosismo novato en exceso peligroso para tomar decisiones en las que te juegas la vida. Los psicólogos hacía tiempo que eran consultados para toda disciplina, entrenamiento y también para el diseño de los entornos militares. Color de los barracones, de las aulas; límite de aforos, disposición y forma de los muebles, leyendas en murales, visibilidad de las divisas y banderas en los uniformes. Nada era casual y todo elemento tenía una colocación estratégica buscando la motivación adecuada según el escenario donde las tropas serían emplazadas. Buscaban el orden, la armonía dentro del caos que rodea un conflicto armado. ¿Lo último? Los habitáculos de las naves de combate, nuestros asientos al tresbolillo. Así, el estrecho pasillo bajo la penumbra escarlata, colocaba nuestras rodillas como los dientes de una cremallera, pero era nuestra mirada, si se elevaba, la que debía recaer de inmediato en el escudo de la unidad cosido al pecho de nuestro compañero y reafirmar en su repaso nuestro vínculo con el grupo, nuestro compromiso con la misión. Sin embargo, era inevitable cruzarse una mirada y esgrimir una mueca cómplice apenas perceptible bajo el casco, gafas y la luz de revelado. No tardó en abrirse la compuerta y mostrar el negro más absoluto. Noche sin luna en zona despoblada. Nuestro punto de recogida: un monte bosnio con calvas de la artillería serbia. El proceso era sencillo: saltar ciegos al abismo y esperar el tirón de una campana invisible, luego, evitar en lo posible las copas y la lotería de las ramas capaces de obligarte a pañales de por vida. Recogidos los paracaídas, unas coordenadas preestablecidas nos reunirían en el recodo de un arroyo. El aire helado de las alturas inundó la cabina y los nervios moquearon nuestras máscaras, todas, menos la del sargento. Un hombre tan curtido en la masacre que era incapaz de transpirar la más mínima emoción. Aún así todos le mirábamos tratando de descubrir en algún gesto suyo algo que delatara su siguiente orden. Pero un fogonazo que perpetuó el brillo de nuestras sujeciones y endureció nuestro pecho se adentró en la cabina y, al instante, el estruendo ensordecedor de la munición antiaérea que no dejó de repetirse. La duda se dibujó en el rostro del teniente al mando. Saltar o regresar. Allí abajo nos esperaban, alguien había revelado nuestra incursión, pero la posibilidad de derribarnos les atraía más que una emboscada. Las explosiones se sucedían y nos ajetreaban como hielos en una coctelera. Saltar o regresar. Los pilotos esperaban una orden con el sudor empapando sus cinturones. El teniente hizo ademán de consultarlo vía radio, pero el sargento no le dio opción. Tras un “hay niños ahí abajo” se lanzó a la oscuridad incierta. Los demás le seguimos en bloque como un ciempiés y en el aire nos repartimos la suerte con el alboroto que da la inercia en caída libre. El teniente fue el último. La desobediencia no figuraba en ningún manual militar sino para evidenciar su castigo, pero el sargento, con más metralla que esqueleto, sabía anticiparse y con pocas palabras y su decisión, ladrar más psicología y empuje que todos los lemas de los marines.  

2 comentarios:

  1. Muy bueno. Bien descrita la escena; parece que lo estás viendo. Mantiene la emoción y las ganas por saber qué pasará. Muy bueno el título, muy acertado. La verdad es que me ha gustado mucho. Enhorabuena. Luijo.

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  2. Gracias Luijo por tus comentarios. Estoy de acuerdo contigo en que el título es redondo. Algo que siempre dejo para el final en todos mis relatos.

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