lunes, 12 de mayo de 2014

Mañana

Llevado por las iras de la debilidad aferré las riendas de mi existencia y terminé, una noche más, caminando sobre las escandalosas puntillas de una nueva borrachera. 
Entre los vapores de la ginebra mi desequilibrado sigilo hacia el dormitorio surgía por la costumbre de una cautela ya innecesaria. Mucho tiempo ha transcurrido desde que una luz al fondo del pasillo dejó de recibirme. Se extinguió mi amor, decepcionado, y, de su mano, dos hijos, igualmente cabizbajos, acordaron su exilio mientras el alcohol siguiera inundando mis entrañas. Enjugué mis lágrimas con su carta del adiós y, al instante, la hice trizas negando la necesidad de sus abrazos.
Desde entonces, calzado, pantalón y camisa alfombran mi dormitorio. Las sábanas arrugan la recepción de mi cuerpo impregnado con el rancio aroma de los bares de persiana. Charlas recientes, inconexas, superfluas, las vertidas ante el último vaso martillean mi sopor previo al desmayo. Cuadros, lámpara y mesilla bailan sus giros mientras sollozo mi extenuación, el mareo del mendigo de ternura que, al mismo tiempo, odia la compasión que tanto necesita. Maldigo, culpo al prójimo que acepta mi dinero a cambio de un trago y a quien brinda y calla su misma y dolorosa soledad. ¿No descifra en mis ojos mi ruego? ¿Es incapaz de descubrir que mi vehemente solicitud reclama lo contrario? Necesito ayuda y me circundan conspiradores. Se han puesto de acuerdo para joderme. Mañana, mañana todo va a cambiar. Me largaré a las montañas y viviré de sus frutos, o mejor, me embarcaré bajo una bandera de Arabia que surque los mares donde espumen las olas más altas y pueda vaciar mi organismo mirando a la cara, en cada embate, cómo llama a la muerte el océano bravo al marinero. Mi piel se curtirá y mi pelo encanecido será domado por lo vientos, sujetaré mis vómitos, respiraré la sal pulverizada y descubriré camaradas que invitan con los hombros a su amistad y gruñen su aprobación ante una bodega rebosante de capturas. Y volveré con las arrugas del acecho, del sobrio, y recuperaré a mi familia, y encontrarán mi reinvención a pesar de sus reticencias, lógicas pues mucho daño causé.
Asumo que ni todas las cobras de la India reúnen el veneno comparable a la perversidad infecta de un solo ser humano poseído por el amor a la botella. Basta una víctima, enamorada de un pasado, empecinada con ese recuerdo, de aquel galán con quien bailó hasta el amanecer, convencida de que con sus piadosas maniobras, con los efectos inconfundibles de su cariño ancestral detendrá la desgracia de su borracho y jamás descubrirá, por culpa de ese empeño sanador, cómo la arrastra hacia el mismo desagüe de su perdición.
Mañana, mañana despido mi agonía. Celebraré su marcha con un último brindis, ni siquiera lo saborearé. Sí, mañana, seguro, el último.

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