miércoles, 21 de febrero de 2018

Tormentas mágicas


                  Esta noche la tormenta ha sido de las más fuertes, casi tanto como la que cambió de sitio la escuela la semana pasada. Una lástima ya no poder preguntarle al maestro. Seguro que existe una palabra que define al pitido constante que invade mis oídos. Sin embargo, lo que más me inquieta es la certeza con la que me acosté anoche. Mis amigos se están marchando, ya no tengo con quien jugar, apenas recibimos visitas, ni siquiera de los abuelos. Sé que padre les excusa con una mentira sobre un largo viaje. La misma travesía que muchos vecinos emprenden cada nuevo amanecer. Ninguno confiesa adónde va, todos dicen que lejos, pero parten cargados de maletas precipitadas. Tanta despedida me inunda de tristeza y ha terminado por desvelarme, o quizá haya sido el ataque de tos por el polvo que invade la habitación, que también busca asentarse en mis ojos. No lo sé. Parpadeo para ventilarlo y paso de la plena oscuridad al negro del más profundo de los pozos. Al menos los truenos parecen alejarse y también los resplandores. Son tormentas mágicas. Así las definió padre cuando aparecieron por primera vez. Van cambiando de forma la ciudad, me dijo, cerrando calles y abriendo nuevas, me aseguró con su mano puesta en mi cabeza. Ahora no me importaría que alguno de esos fulgores recortara la silueta de madre en el umbral, como acostumbra cuando vigila mi descanso. Yo siempre finjo que no la veo, me hago el dormido, pero ella lo sabe, pues no puedo reprimir la pizca de placer que me otorga su presencia y necesito removerme, además se me escapa siempre un leve gemido al abrazar la almohada. Necesito llamarla y me surge una voz ronca. ¿Mamá?, digo, pero sólo escucho ese pitido que preside mi atención. Insisto en convocarla, esta vez a medio grito, y es el polvo el que acude a mi garganta. Nueva tos, más acusada, apenas sin recorrido. Sé que a padres les molesta que los despierte en plena noche. El descanso es tan importante como calmar la sed, el abuelo repetía. Decido sujetar los terrores bajo esa sensación de encontrarme cubierto por el peso de un millar de mantas. Debo dormir. Parece que el polvo se asienta y que la tormenta se extingue. En cambio, surgen por una esquina del techo estrellas imposibles. Su visión debe ser por el sueño que me vence. Quizá mañana, la escuela haya regresado y tape el enorme agujero que dejó en su despedida. Quizá entonces el maestro regrese y con él mis compañeros. Quizá pueda preguntarle por la palabreja sobre mis oídos, antes de que retome la clase de historia con el pasado amorita, hitita, asirio, persa, griego, romano, bizantino, árabe, mongol y otomano de nuestra fabulosa ciudad, Alepo.

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